Tenía 9 años cuando mi abuela me llevó a su lugar de origen, un lugar cerca del mar. La casita de sus parientes tenía al frente una calle de tierra. Una tarde, después de una típica lluvia de verano, pude ver algo maravilloso para mí... un gran charco de barro!!! Ahí fuí y permanecí por horas alucinada con mi descubrimiento. El barro era capaz de tomar las formas que mis manitos procuraban darle. Ese recuerdo, asociado al inquietante placer del juego descubierto ese día, jamás pudo borrarse de mi memoria. Hoy cada vez más amo la tierra húmeda, su aroma, su consistencia y su maleabilidad. Y a eso dedico mi vida todos los días en mi taller.
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